Para darle un tonillo picante a alguno de mis guisos, normalmente utilizo las guindillas de cayena, esas rojas muy pequeñas, que algunas de ellas son como auténticos diablos.
En una ocasión utilicé un par de cayenas enteras para uno de mis platos, (lo que había hecho otras veces sin problema alguno para la misma cantidad de comida), pero ese día, me llevé la desagradable sorpresa de que el guiso quedó tan picante, que era prácticamente imposible comerlo. ¿Por qué pasó esto?. Aún no lo sé, pero es posible que esas guindillas concretamente fuesen mucho más fuertes que las otras o que se partieron al cocer. En todo caso me dije que jamás me volvería a pasar.
Así que, para evitar estos incidentes o que algún comensal se trague la guindilla entera, y acabe echando lumbre por la boca como un dragón, os muestro este truco.
Tomamos dos o tres guindillas cayena, las machacamos bien en un vaso y le echamos agua hasta un poco más de la mitad.
A continuación, lo ponemos al fuego o lo metemos en el microondas y hasta que el agua hierva durante aproximadamente dos minutos.
Retiramos el vaso, removemos el contenido con una cucharilla y dejamos enfriar.
Colamos muy bien el líquido y lo introducimos en un frasco con pulverizador, (como los usados para la colonia), y así lo podremos ir añadiendo a cualquier guiso en la medida que nos parezca oportuna, poco a poco y efectuando las pruebas que sean necesarias para conseguir el tono picantillo que nos agrada y que no moleste a nadie.
Podemos de esta forma incluso cocinar el guiso sin picante y que cada comensal pueda añadirlo a voluntad y a su gusto en su propio plato con el pulverizador.
Utilizando este truco, no he vuelto a tener ningún incidente como el que os cuento al principio.